En muchas ocasiones, me encuentro con personas en las que, tras terminar una relación de pareja, afloran inseguridades y miedos que creían no volverían a sentir.
Y la decepción no es sólo con la otra parte (por no haber apostado por la pareja; porque no fue clara; porque desapareció de repente, cuando todo iba bien; porque pareció no importarle la ruptura…).
En muchos casos, la decepción es aún mayor con uno mismo. Contigo misma/o.
Que por la desesperación, la tristeza, la rabia y la sensación de injusticia que afloran en este momento, unidos a la necesidad de una explicación (que nunca llega) por parte de la otra persona, terminas por creer que el problema eres tú y que todas tus relaciones van a ser así.
Te cuestionas tu idea de pareja; lo que quieres, piensas y sientes; y lo que creías haber trabajado para evitar encontrarte en una situación así. Empiezas a dudar de ti misma/o, de tu capacidad para establecer relaciones sinceras y satisfactorias.
Cuando entras en este bucle de dolor, rabia, culpa y autocastigo, terminas responsabilizándote de lo ocurrido y determinando que no estás preparada/o para tener una relación de pareja estable. Te prometes que no volverá a pasar.
Es más, sólo de pensar en ello se activan en ti todas las alarmas de peligro.
No sabes qué hacer con lo que sientes y sólo tienes ganas de encerrarte en tu caparazón y aislarte del mundo. De quedarte en casa. De irte a dormir. De que los días transcurran sin sobresaltos.
Así, no volverás a sufrir y a pasar por esto.
Así, no llegará nadie que pueda hacerte daño.
Pero, aunque no lo creas, ahí está el problema. “Así, no llegará”.
Encerrarte en ti mismo/a y desconfiar de todo el mundo te hará sentir aparentemente seguro/a y a salvo. Pero es sólo en apariencia, porque la verdad es que esto tiene un coste enorme para ti en muchos sentidos.
Prohibirte confiar, crear y mantener relaciones personales, disfrutar de lo que otra persona podría aportar a tu vida, no es la solución, sino una fuente de sufrimiento aún mayor. Y mantenerse en ello, no debe ser nada fácil, además.
Todos, como seres humanos que somos, necesitamos sentir la compañía, la confianza y la seguridad que nos aportan las personas de nuestro entorno. Del entorno que tenemos y que necesitamos crear.
Es absolutamente imposible vivir totalmente aislado, sin relaciones personales (ya sean familiares, de amistad, de pareja…). Y privarte de ello sólo puede generar una carencia tan grande en ti que, en un momento dado, tu necesidad de compañía, de cariño, de refugio, de confianza, de apoyo, se vea desbordada y vuelvas a depositarla con los ojos cerrados y a la desesperada en la primera persona que aparece en ese instante y que parece ser merecedora de ello.
Puede salir bien. Pero puede que no.
Te animo a que contactes conmigo para iniciar un trabajo de crecimiento personal que te permita conocerte mejor, valorarte y reforzar tu autoestima. Aprender a cuidarte, a generar relaciones y vínculos de calidad, y a saber poner fin a aquellos que no te hacen bien.
Te propongo que, en lugar de dedicar tu tiempo y tu energía a mantenerte aislada/o y a encerrar tus ganas de compartir (convenciéndote de que fuera sólo puedes sufrir), lo dediquemos a trabajar para: