Desconfías de los Demás – Temes que te Hagan Daño – Te Aislas (Baja Autoestima IV)
Si has crecido en una familia desestructurada, habiendo tenido que pasar durante la infancia por experiencias dolorosas y estresantes para ti, de abandono emocional, e incluso abusivas y de maltrato, sin contar con la ayuda o el apoyo que necesitabas.
Si creciste en un entorno sobreprotector en el que tus figuras de apego no habían resuelto sus propios miedos, inseguridades y dependencias personales, y te fueron transferidas inconscientemente a ti. Y te encuentras cargando con todo ello hoy, en tu vida adulta, mientras frenan y limitan tu vida sin saber muy bien por qué ni cómo manejarlos. Una sobreprotección y mensajes constantes de que nadie te iba a querer como ellos, que debías desconfiar de la gente para que nadie pudiese hacerte daño.
Si pasaste por una adolescencia difícil, en la que te sentiste solo/a e incomprendido/a.
Si has sufrido una pérdida que ha marcado, inevitablemente, tu experiencia vital.
Si has vivido una ruptura sentimental inesperada para ti, cuando creías que todo iba bien. O has sufrido un engaño por parte de tu pareja.
En cualquiera de estos casos, el dolor que sientes es tan grande y difícil de manejar que necesitas crear una especie de coraza, una barrera que te defienda y te proteja a la vez para no sufrir más. Sencillamente, marcas distancia con los demás para que la historia no se repita y nadie vuelva a hacerte daño. A todo esto se añaden, además, sentimientos de culpa, vergüenza, inseguridad, angustia, ansiedad… surgidos al pasar por experiencias como las anteriores.
Con todo ello, cuando sientes que estás en peligro, que no cuentas con el afecto, el cuidado, la protección y la seguridad que necesitas, es natural que, como ser humano, despliegues mecanismos de defensa por instinto de supervivencia
El problema surge cuando mantienes esa coraza en el tiempo, como forma de estar y desenvolverte en el mundo. Como forma de ser. Olvidas que la creaste para protegerte ante una o determinadas experiencias y llegas a fusionarte con ella, como si fuese tu verdadero y único yo. Actúas a través de ella inconscientemente, en cualquier ámbito, siempre que sientas o creas que algo puede constituir una amenaza para ti. Y ese miedo está casi siempre presente.
- Evitas establecer relaciones cercanas, de afecto, en las que puedas mostrar tu vulnerabilidad, porque si otras personas acceden a ella, temes ser dañado/a. Temes volver a exponerte.
- Te alejas, te retiras y tu círculo de amistades e incluso familiar se va reduciendo hasta casi no existir.
- Prefieres no salir de casa ni participar en actividades de ocio ni sociales.
- Puedes escuchar a los demás si están atravesando por una situación difícil, pero tú no cuentas tus problemas ni tus miedos. Prefieres que nadie sepa si estás mal y te repites que es para no preocupar a nadie. Aunque, en realidad, lo que te asusta, una vez más, es abrirte y mostrarte vulnerable.
- En resumen, prefieres retirarte; no confiar ni esperar nada de nadie, por si luego no están.
En eso consiste el muro que construiste para protegerte. Pero ese mismo muro te aísla de forma continua y prolongada del resto del mundo y ahoga tu vida, te priva de contacto social reconfortante y te aboca a la soledad.
Y, al sentirte solo, confirmas tu verdad de que no puedes esperar nada de nadie. Es un sentimiento altamente limitante: no poder confiar en nadie impide que te sientas seguro. Esta es otra forma en la que ese círculo, esa espiral en la que te encuentras, se vuelve una trampa asfixiante.
Si te reconoces dentro de ese muro y sus paredes se vuelven cada vez más altas incluso para ti, te invito a que te des la oportunidad de abrir una puerta. Puedes solicitar una primera sesión, sin coste y sin compromiso, en la que podamos conocernos y empezar a trabajar juntos/as. Porque no puedes cambiar tu pasado ni las experiencias que has tenido que atravesar, pero sí redefinir su significado y que no sigan dirigiendo tu vida de aquí en adelante.
Desconfías de los Demás – Temes que te Hagan Daño – Te Aislas (Baja Autoestima IV)
Si has crecido en una familia desestructurada, habiendo tenido que pasar durante la infancia por experiencias dolorosas y estresantes para ti, de abandono emocional, e incluso abusivas y de maltrato, sin contar con la ayuda o el apoyo que necesitabas.
Si creciste en un entorno sobreprotector en el que tus figuras de apego no habían resuelto sus propios miedos, inseguridades y dependencias personales, y te fueron transferidas inconscientemente a ti. Y te encuentras cargando con todo ello hoy, en tu vida adulta, mientras frenan y limitan tu vida sin saber muy bien por qué ni cómo manejarlos. Una sobreprotección y mensajes constantes de que nadie te iba a querer como ellos, que debías desconfiar de la gente para que nadie pudiese hacerte daño.
Si pasaste por una adolescencia difícil, en la que te sentiste solo/a e incomprendido/a.
Si has sufrido una pérdida que ha marcado, inevitablemente, tu experiencia vital.
Si has vivido una ruptura sentimental inesperada para ti, cuando creías que todo iba bien. O has sufrido un engaño por parte de tu pareja.
En cualquiera de estos casos, el dolor que sientes es tan grande y difícil de manejar que necesitas crear una especie de coraza, una barrera que te defienda y te proteja a la vez para no sufrir más. Sencillamente, marcas distancia con los demás para que la historia no se repita y nadie vuelva a hacerte daño. A todo esto se añaden, además, sentimientos de culpa, vergüenza, inseguridad, angustia, ansiedad… surgidos al pasar por experiencias como las anteriores.
Con todo ello, cuando sientes que estás en peligro, que no cuentas con el afecto, el cuidado, la protección y la seguridad que necesitas, es natural que, como ser humano, despliegues mecanismos de defensa por instinto de supervivencia
El problema surge cuando mantienes esa coraza en el tiempo, como forma de estar y desenvolverte en el mundo. Como forma de ser. Olvidas que la creaste para protegerte ante una o determinadas experiencias y llegas a fusionarte con ella, como si fuese tu verdadero y único yo. Actúas a través de ella inconscientemente, en cualquier ámbito, siempre que sientas o creas que algo puede constituir una amenaza para ti. Y ese miedo está casi siempre presente.
- Evitas establecer relaciones cercanas, de afecto, en las que puedas mostrar tu vulnerabilidad, porque si otras personas acceden a ella, temes ser dañado/a. Temes volver a exponerte.
- Te alejas, te retiras y tu círculo de amistades e incluso familiar se va reduciendo hasta casi no existir.
- Prefieres no salir de casa ni participar en actividades de ocio ni sociales.
- Puedes escuchar a los demás si están atravesando por una situación difícil, pero tú no cuentas tus problemas ni tus miedos. Prefieres que nadie sepa si estás mal y te repites que es para no preocupar a nadie. Aunque, en realidad, lo que te asusta, una vez más, es abrirte y mostrarte vulnerable.
- En resumen, prefieres retirarte; no confiar ni esperar nada de nadie, por si luego no están.
En eso consiste el muro que construiste para protegerte. Pero ese mismo muro te aísla de forma continua y prolongada del resto del mundo y ahoga tu vida, te priva de contacto social reconfortante y te aboca a la soledad.
Y, al sentirte solo, confirmas tu verdad de que no puedes esperar nada de nadie. Es un sentimiento altamente limitante: no poder confiar en nadie impide que te sientas seguro. Esta es otra forma en la que ese círculo, esa espiral en la que te encuentras, se vuelve una trampa asfixiante.
Si te reconoces dentro de ese muro y sus paredes se vuelven cada vez más altas incluso para ti, te invito a que te des la oportunidad de abrir una puerta. Puedes solicitar una primera sesión, sin coste y sin compromiso, en la que podamos conocernos y empezar a trabajar juntos/as. Porque no puedes cambiar tu pasado ni las experiencias que has tenido que atravesar, pero sí redefinir su significado y que no sigan dirigiendo tu vida de aquí en adelante.