Quizá dábamos todo por sentado: nuestra forma de vida, nuestros ritmos, nuestro trabajo, nuestros problemas o la ausencia de estos…
Hasta que, casi de un día para otro, algo nos hizo parar. De repente todo cambió. Llegó a nuestras vidas la palabra pandemia. La palabra confinamiento. La palabra coronavirus. Y, con ello, nos vimos inmersos en un contexto totalmente nuevo.
Paró nuestra rutina. Nuestro ritmo. Lo que, en muchos casos, considerábamos que era la base de nuestra vida. Y ahora quizá te preguntes cómo salir de todo lo que hemos vivido, de lo que el Covid-19 ha originado. Cómo superar los momentos tan intensos a los que nos hemos tenido que enfrentar y que han dejado huellas en lo personal, familiar, económico y/o social.
¿QUÉ HA SUPUESTO ESTE CONFINAMIENTO?
Hemos pasado semanas sin poder salir de casa nada más que para lo esencial.
Quien vivía solo ha estado todo este tiempo sin contacto personal con familiares, amistades, compañeros de trabajo… Quien vivía acompañado, compartiendo casi al completo las 24 horas del día con esas personas; quizá sin momentos para uno mismo, sin privacidad.
Semanas sin acudir a nuestro lugar de trabajo por tener que teletrabajar desde casa, por ser objeto de un ERTE o, en el peor de los casos, por un despido definitivo. Otras personas, en cambio, han seguido acudiendo a su puesto de trabajo habitual, pero en circunstancias mucho más difíciles: con miedo a contagios, sensación de no tener control sobre lo que pasaba, falta de protección, agotamiento físico y mental, tener que ser testigo de despedidas mudas y dolorosas…
También muchas otras personas que antes de esta situación ya buscaban empleo tuvieron que asumir que, en estas circunstancias, seguirían sin trabajo aún más tiempo.
Por supuesto, personas mayores que, conscientes de su mayor riesgo y vulnerabilidad, han vivido estos meses con una soledad añadida.
Estudiantes que se vieron encerrados en sus casas, sin clases, sin contacto con amigos y sin saber cómo acabaría el curso.
Niñas y niños más pequeños que, de repente, tuvieron que abandonar todas sus rutinas sin poder comprender bien qué estaba pasando.
Y sin olvidar a esas personas más necesitadas de ayuda y que en estos meses han sufrido aún más la dificultad para que esta llegase…
Es imposible enumerar todas y cada una de las situaciones que se han podido originar y el impacto que hayan tenido, pues este depende de la persona, de sus circunstancias previas, de su historia. Lo que está claro es que la pandemia del Covid-19 nos ha puesto frente a una situación nunca antes conocida y nuestra vida, la de todos, se ha visto alterada en algún aspecto.
Y ANTE TODO ESTO, ¿ES “NORMAL” CÓMO ME HE SENTIDO?
Lo cierto es que el contexto en el que vivimos y nuestras acciones afectan, sin duda, a lo que pensamos y sentimos.
Lo que hemos vivido estos meses ha sido algo excepcional. A ello se unen el desconocimiento, la incertidumbre, la alarma generada y el miedo. Preocupación por nosotros y por los demás. No saber qué va a pasar, cómo iban a avanzar las cosas, qué va a ser de la que era nuestra vida y nuestros planes.
Hemos vivido entre cuatro paredes, sin poder salir a la calle, sin contacto con el sol ni el aire puro; sin poder dar un paseo; teniendo que abandonar en muchos casos la práctica de actividades de ocio que también nos enriquecían en otros aspectos…
Todo ello puede haber tenido, en un sentido u otro, consecuencias en el ámbito personal, laboral, familiar, de pareja, etc. Y puede no ser fácil encajar todos estos acontecimientos, ajustarlos en un momento en el que uno mismo se siente encerrado, sin la capacidad de actuar y sin salida.
Como decía antes, depende de cada persona, pero es fácil que todos hayamos pasado por momentos de tristeza, rabia, desesperanza y/o angustia por el presente que estamos viviendo e incluso por el futuro que, aún hoy, no sabemos con seguridad cómo se va a desarrollar. Sentir ansiedad, sentirse deprimido e incluso creer que remontar todo lo que esto nos ha ocasionado va a ser casi imposible. No alcanzar a ver la luz al final de este largo túnel de meses. Todo ello es posible.
Que pensamientos, sentimientos y emociones así nos hayan invadido en algún momento y que hayamos transitado por ellos como una montaña rusa es más que probable.
ES IMPORTANTE LO QUE HE SENTIDO, PERO ¿QUÉ HACEMOS CON ELLO?
Vivimos en una cultura que nos apremia con la necesidad de sentirnos bien en todo momento, de pensar en positivo, de ser felices y mostrarlo, de cambiar nuestra forma de pensar si esta no nos está haciendo sentir bien. La cultura del “sólo podrás hacerlo si estás bien”. Pero, si miramos más profundamente, ¿es eso realmente así? ¿Está funcionando ese mensaje? ¿De verdad es posible (y recomendable) quitar todo eso que llamamos negativo?
No es fácil aceptar que en la vida no podemos tenerlo todo bajo control. Que habrá momentos buenos y también menos buenos. Incluso de sufrimiento. Y todo ello forma parte del viaje.
Ahora bien, aceptar esto no significa quedarnos pasivos. Asumir que es lo que nos ha tocado y que debemos acogerlo sin más. Más allá de eso, podemos elegir cómo respondemos, cómo actuamos cuando nos sentimos de una u otra manera.
A menudo, nos quedamos enganchados a momentos en los que no nos hemos sentido bien y a ciertos pensamientos que, una y otra vez, se nos presentan sin descanso. Tratamos de buscar explicaciones, le damos vueltas y más vueltas esperando conseguir estar mejor y entenderlo. O no pensar en ello. O dejar de sentir eso que nos angustia. Y, lejos de conseguirlo, nos hundimos más en ello.
Estos meses atrás hemos podido sentir rabia, miedo, impotencia… La angustia de no poder salir, de no saber qué hacer, de convivir 24 horas al día con personas de las que, aun teniendo una magnífica relación, no estamos acostumbrados a no separarnos ni un momento (no digamos ya si la relación o el ambiente no son sanos…). Pero, a continuación, ¿qué hemos hecho?
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¿Nos hemos permitido sentir todo eso? ¿Nos hemos dado un tiempo para dejarlo estar? ¿Lo hemos expresado y le hemos hecho hueco? ¿Hemos tomado algo de distancia para decidir qué queríamos hacer a continuación?
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O, por el contrario, ¿hemos tratado de quitarnos esos pensamientos de la cabeza? ¿Hemos dejado de hacer cosas porque estábamos mal? ¿Le hemos dado vueltas sin descanso para encontrar una explicación? ¿Lo hemos descargado en otras personas?
Seguramente ha sido tanto tiempo y tan intensa la exposición a esta situación, que ha habido respuestas de los dos tipos. Pero, aunque no sea fácil, si profundizamos un poco más (y quizá con ayuda) podamos ver la diferencia entre optar por una u otra.
En un porcentaje mucho más alto de lo que imaginaríamos, nuestros pensamientos son automáticos. Y es verdad que, en muchas ocasiones, también lo son nuestras acciones. Pero, si somos capaces de parar por un momento y decidir lo que de verdad queremos hacer, cómo queremos responder a lo que nos está ocurriendo o a cómo nos estamos sintiendo, podremos darnos cuenta de que es sobre nuestras acciones sobre las que realmente tenemos control. Y es con ellas con las que podemos acercarnos o alejarnos del lugar donde queremos estar.